Yoga Vernal y la esbeltez


Una mujer hermosa, de cincuenta y cuatro quilogramos de peso y un metro sesenta y cinco de altura. Excelente maquillaje, novedoso y oportuno color de cabello, ropa ajustada de livianos colores pasteles. Sin embargo, algo opaca su brillo, tal vez su esbeltez, su garbo. Si se detuviera a mirarse de perfil en un espejo o una vidriera, notaría un ligero agobio justo donde su espalda termina junto al cuello.

Algunos casos son como el de Graciela (cambiamos el nombre a su pedido), quien con cuarenta y seis años de edad, en el año 1997 se acercó a nuestras clases porque notó que “le había salido una jorobita”. Nuestro lugar de trabajo era en aquel tiempo un hermoso salón en la trastienda de la casa de música del amigo de todos Pablo Guerrini, ubicada la calle Videla, justo frente al colegio industrial Enrique Mosconi, en Quilmes. Allí, detrás de los comercios que dan a la calle, hoy existe un edificio de cinco pisos, y el segundo de ellos, con un espacio de cien metros cuadrados, albergaba nuestro Paraíso en la Tierra (trasladado en este momento a “la mansión del Cielo”). El caso es que Graciela en seis meses quedó encantada al ver que su jorobita había desaparecido y lucía un maravilloso garbo y gracia de movimientos.

El aspecto físico de nuestro trabajo fue pensado a partir de la movilidad de la columna vertebral, pies, tobillos, rodillas, caderas, hombros y brazos. En el año 2001 alquilábamos un local en la calle Conesa 273 de Quilmes. Un hermoso salón a la calle de diez por cinco metros. En ese entonces se acercó a tomar nuestras clases Lady Gracioli, una extraordinaria señora de sesenta y tres años. Ella sufría dolores de rodillas que no la dejaban ni dormir. Buscando la solución un médico le aconsejó practicar yoga. Finalmente, luego de tomar nuestras clases durante dos meses, nos obsequió cincuenta metros cuadrados de alfombra para cubrir el salón.

Son muchas las cosas que se pueden decir de nuestro Yoga Vernal. Pero mejor es acercarse a compartir.